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  EL  HOMBRE Y EL BOSQUE.

En un país había una hacienda, en ésta había un bosque y en el bosque había una fuente de agua cristalina y fresca. Un día el dueño de aquellas tierras salió a revisar sus cultivos, preocupado por las cosechas. Un tanto cansado decidió sentarse al pié de un frondoso árbol a disfrutar de la fresca sombra. Contemplaba las verdes praderas mientras la brisa acariciaba aquel remanso de Paz. Se sintió como en un paraíso terrenal. De pronto miró que algunos frutos de sus cultivos habían desaparecido y otros estaban dañados. Culpó a las aves del cielo y a los animales del campo. Enojado regresó a su casa. 

—¡Hasta aquí he aguantado que esos animales del bosque me destruyan las cosechas¡—le dijo a su esposa—¡Ahora mismo iré y destruiré el bosque donde se ocultan, pues si no tienen donde esconderse, seguro tendrán que buscar otro lugar y yo recogeré mis cosechas completas¡.

Los animales injustamente habían sido desplazados de otro lugar por la destrucción de su hábitat, pero el bosque tuvo compasión, los recibió, les brindó abrigo y protección.

—No destruyas el bosque—le dijo su esposa prudente y amorosa —¿No ves que él nos brinda su leña para cocinar?.  Gracias a él la fuente de agua no se ha secado. En otros sitios donde se destruyeron los bosques ahora carecen de este preciado líquido.

—¡A nosotros no nos sucederá lo mismo¡—dijo el esposo decidido y rebelde—.¡La fuente es muy grande¡. ¡Ni aún en los más inclementes veranos se a secado¡. ¡Eso quiere decir que el bosque nada tiene que ver¡. ¡Además, lo que cultivaré allí nos dejará buenas ganancias y compraremos lo que necesitemos, como lo hacen las personas que cultivan esa hierba¡.

La noticia llego a oídos de los animales. De inmediato se convocó a una reunión para decidir lo que harían y detener al hombre destructor.

—Hay que reunir a los animales más fuertes para que peleen—dijo el zorro  astuto—Solo así podremos defender nuestro territorio.

—No podemos enfrentarnos a él, sólo con nuestras garras—refutó el león—Tenemos que armarnos si es que queremos vencer.

El sol que escuchaba atentamente las propuestas, intervino, preocupado por la destrucción.

—¿Porqué no piden consejo a la sabia fuente?—les dijo, al ver que todos estaban dispuestos a defender aún con sus vidas, su territorio—¿No es a ella a quien suelen venir cuando tienen algún problema?.

—¿Que nos sucederá a nosotros y al hombre si se destruye este bosque?—preguntó la sabia fuente a los animales que se habían reunido a su alrededor.

—Que  tendremos que abandonar este lugar—respondieron a una  voz.

—Entonces lo que tenemos que hacer es convencer al hombre que no destruya el bosque, porque si lo hace, él también se perjudicará.

—¿Cómo podremos hacer eso?—preguntó el león—Sabemos que ni su esposa pudo convencerlo.

—¿Qué necesitan ustedes todos los días para sobrevivir?—preguntó la fuente.

Unos respondieron que  alimentos, otros dijeron que la salud.

 —Nosotras podemos permanecer algunos días sin comer—dijeron las aves que hasta ese momento habían guardado silencio—Pero no podemos resistir mucho tiempo sin beber agua.

Estuvieron de acuerdo que lo más necesario para la vida era el agua, por eso le pidieron  ayuda al sol.

—Tu puedes obligar al hombre a que venga a beber agua—le dijo la fuente—Yo hablaré con él y lo convenceré para que no destruya este bosque.

El sol alumbró fuerte y el día era muy caluroso. Los árboles caían golpeados por el hacha porque el hombre tenía fuerza pero no razón. Trabajaba sin descanso y sin compasión. 

—¡Qué calor hace¡—dijo—Descansaré  un momento bajo este árbol.

El sol incrementaba más y más su calor, pero el hombre no sentía necesidad de beber.

De pronto, llegaron los animales y le dijeron que querían hablar con él. Habían llevado algunas de sus crías para tratar de conmover su corazón. Con lágrimas en sus ojos le pedían que no  destruya el bosque porque es su casa. Pero el hombre no los escuchó.

  Los animales y las aves abandonaron lo que había sido su lugar de vivir. Caminaban tristes sin saber a dónde ir. Desde la cima de una colina miraban el horizonte. Era incierto su futuro. Buscaban algún bosque donde refugiarse pero no lo veían por ninguna parte. El hombre, impasible, no sentía remordimiento. Los animalitos no sabían qué camino tomar.

—Ahora ya no hay animales ni aves que se coman los frutos. Las cosechas serán mejores—dijo el hombre.

-No solo dañas su casa, también les quitas su alimento. Le dijo su esposa.

Una mañana fue a revisar las plantas pero no estaban rozagantes como en otros tiempos.

—¿Qué pasa?—les pregunto al ver sus hojas paliduchas—¿No deberían estar alegres, preparándose para producir una buena cosecha?.

—No podemos—respondieron las plantas—Las plagas nos han invadido y se comen nuestras hojas. Las aves del cielo que se comían las plagas se han ido y nosotras no podemos defendernos.

—¡Esas plagas van a destruir mi cosecha¡—dijo el hombre indignado con lo que escuchó—¡Ahora mismo compraré fungicidas y acabaré con ellas¡.

—Envenenas las plantas y también las cosechas—reflexionó su mujer.

Luego de algunos días volvió a sus cultivos, pero nuevamente encontró  las plantas algo debiluchas.

—¿No deberían estar fuertes?—les preguntó—¿Cómo pueden darme una buena cosecha en esas condiciones?. ¿Acaso les a faltado algo?. He hecho grandes inversiones en fungicidas y en abonos.

—Estamos débiles—respondieron las plantas—Hace días no llueve y hemos gastado nuestras energías defendiéndonos del abrasador calor del medio día.

—¡No me vengan a decir que ahora necesitan de frecuentes lluvias para producir buenos frutos¡. Hace mucho tiempo que cultivo estas tierras y no habían necesitado de tanta lluvia.

—Antes no las necesitábamos tanto porque la neblina refrescaba nuestras hojas. Ahora que el bosque ha sido destruido, la niebla ya no se detiene. Pasa  sobre nosotras sin dejarnos sus gotas de agua.

— ¡Si es agua lo que necesitan, ahora mismo les pondré riego para que no  tengan excusas, como lo han hecho todo este tiempo¡.

El riego hizo que las plantas recobraran sus energías perdidas. Florecieron y alegraron a su dueño que vislumbraba una buena cosecha.

Luego de algunos días regresó al cultivo pero ninguna planta había producido  frutos.

—¿Qué pasó aquí?—preguntó—No vengan a decirme que los animales y las aves volvieron y se comieron la cosecha, porque yo los desterré de este lugar.

—Nosotras, como Usted bien lo sabe, hicimos todo el esfuerzo para producir las flores, pero como el bosque fue destruido, se fueron los insectos  que nos ayudan en la polinización. No hubo quién se encargue de llevar nuestro polen de flor en flor. El viento que nos acariciaba con su suave brisa ahora pasa demasiado rápido porque no hay árboles que disminuyan su velocidad.

El señor escuchaba la sabia explicación de  las plantas, pero no pensó en el error que había cometido. Con la cosecha perdida y dominado por la ambición, puso las esperanzas en el otro cultivo que sí le daría plata..

—Este me va a devolver todo lo que he perdido—se dijo así mismo al verlo florecido—Cómo se sienten. ¿Están preparadas para una buena cosecha?.

—Estamos preparadas para recibir a nuestros ilustres insectos—le respondieron las plantas—Produciremos las más hermosas flores, con las mas deliciosas fragancias para que nos ayuden en nuestra polinización. Como recompensa recibirán el más rico néctar que flor alguna les puede ofrecer.

—¿Y es que ustedes también necesitan de los insectos?—preguntó el señor preocupado.

—Sí—respondieron las plantas—Sin ellos seriamos plantas estériles y no podríamos producir frutos.

El señor regreso a la casa, decepcionado y con mucha sed.

 —¡Por favor¡—gritó desde afuera—¡Que alguien me pase un vaso de agua¡. ¡Estoy muriendo de sed¡.

—No se va a poder—le respondió su esposa—No sé que a pasado, pero el agua se a secado. ¿Porqué no vas por el arroyo?. Puede ser que algunas hojas hayan taponado la bocatoma. Aunque me parece raro, porque desde que yo me acuerdo la fuente que nos da agua nunca se había secado.

Acosado por la sed, acudió presuroso a la fuente pero se llevo la más terrible sorpresa cuando miró que la fuente estaba moribunda.

—¡No puede ser¡,--dijo—¿Porqué se a secado el arroyo?, preguntó. ¡Esto nunca había ocurrido¡.

—Porqué preguntas eso—le dijo la fuente en sus últimos alientos de vida—. Si te hubieras detenido cuando todos te pedimos que no destruyas el bosque esto no abría sucedido. No quisiste escucharnos y estas son las consecuencias de tus hechos. La lluvia visitaba este lugar pero desde  que destruiste el bosque se alejo definitivamente de aquí. La neblina que en este lugar se detenía a descansar de su largo viaje, ahora sigue de largo porque ya no existe el bosque que la invitaba a reposar.

—¡Yo no creí que esto pasaría¡—respondió el hombre desesperado—¡Creí que la fuente no se secaría¡.

—Si no hubieras malgastado el agua echando riego a tus cultivos, no me hubiera secado tan rápido, pero terminaste con mis reservas y ahora estoy próxima a desaparecer.

—¡Si desapareces se acaba la vida¡—gritó el hombre al escuchar aquellas palabras—¡Dime qué tengo que hacer¡.

—Es demasiado tarde—dijo la fuente con su último aliento—¡Ya nada  puedes hacer¡.

El hombre prometió reforestar y recuperar todo lo destruido. Le pidió otra oportunidad, pero la fuente no dio signos de vida. Con lágrimas en los ojos el hombre reconoció que se había equivocado.

—Ahora que el  arroyo se ha secado no podemos quedarnos en este lugar porque moriríamos de sed. ¿Pero a dónde iremos?. Ni siquiera podría vender estas tierras porque nadie me daría un centavo por ellas. La tierra sin agua no produce y no tiene valor.

El hombre pensó en lo difícil que seria para él y su familia empezar una nueva vida en un lugar desconocido. En ese momento recordó que los animalitos fueron desplazados porque les destruyó el bosque que era su casa. Lloró amargamente por el daño que había causado. Extendió su mano hacia la fuente y se dio cuenta que el barro también se había secado por el fuerte sol.

Puesto de rodillas se lamentó por haber irrespetado y destruido el hogar hermoso que Dios le había regalado.

Escuchó una voz que le dijo: --¿Qué hiciste durante este tiempo?- .

Era su esposa que lo despertó.

—¡Gracias a Dios,  solo ha sido un sueño¡—dijo feliz.

Apresurado corrió a la fuente a beber agua porque tenía sed. Algunos animales se encontraban alrededor de ella.

—No voy a destruir el bosque—les dijo—¡Pueden estar tranquilos¡. Por el contrario, sembraré mucho más árboles para  tener agua que nos da vida.

Regresó feliz a su casa.   

 

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